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El pulso del docente


Llegás a la escuela a las trece horas. El colectivo lleno te dejó aplastada en la esquina. El portero te saluda, ya con cara de desastre. ¡El padre de Chávez te está buscando: le pegaron a su hijo ayer a la salida de la escuela, acá, a dos cuadras! ¡Está hablando con la directora!
Imperturbable, seguís a la cocina. Está la vicedirectora pidiendo la entrega, para las 14 horas a más tardar, de una planilla de todos los chicos del grado discriminando número de documento, alumnos repetidores, situación socioeconómica de los padres. Casos problemáticos y niños con enfermedades neurológicas. Una compañera te pasa, al mismo tiempo, la revistita de Avon. Otra, una hoja para que completen los que van a colaborar con el acto del 17 de agosto.
Una madre aparece. ¡Mi hijo no va a venir hoy porque tiene fiebre, ¿me da alguna tarea?! Rebuscás en la valija, salen algunas antigüedades vergonzosas. ¡Léale un cuento y que lo dibuje! ¡Que escriba la parte que más le gustó!
Toca la campana. Todos a formar. La vicedirectora se olvida de venir. Tarda… Tarda… Los chicos se empiezan a poner molestos. Las maestras se miran. ¿No viene? ¡No viene? ¡Andá a llamarla!, le dicen a la que está más cerca de la puerta de la dirección. Pero la “vice” está en el baño. Al fin sale. Con cara de mala gana les dice: ¡Si no se callan, les descuento cinco minutos de todos los recreos.. Los estoy esperando… (Se invierten los papeles, ella nos espera a nosotros) ¿No se dan cuenta? El de la mochila roja, ¡¡se puede quedar quieto!!
En cada aula empieza a repetirse la vida cotidiana.
Poner la fecha. Abrir el armario que no abre. Sacar el cuaderno. No tengo punta. No tengo tiza. No tengo sacapuntas. Interrumpe el portero. Interrumpe la mamá de Mario Pérez.
Recreo. Golpes, juegos, golpes, hielo en la cabeza. El Servicio médico llega a tiempo.
Campana. Segundo round. Al aula.
Intento comenzar la clase que he planificado con antelación. Un hermoso cuento que mis alumnos sabrán valorar en plenitud. A los niños siempre les gustan los cuentos, salvo a estos chicos. Codazos, empujones, uno se cae de la silla y aplasta al compañero. Interrumpo el relato, no es grave el golpe, intento nuevamente retomar el cuento, noto que el interés se ha instalado: escuchan, acotan con preguntas interesantes y gestos de asombro. La puerta se abre y aparece Gladys, la portera, pidiendo la planilla completa porque la “dire” la quiere ya… Entrego la planilla mientras la hermosa rueda que habíamos armado ya no existe. En un rincón, una pila de piernas y zapatillas; en el otro rincón, las nenas protagonizan una discusión, pelo en mano, sobre figuritas perdidas… ¿De quién es la figurita? Apelo a los recursos del Ministerio; luego de un rato, los olvido para retomar el clásico grito magistral… ¡Se sientan! ¡¡Cuento hasta tres…!!
Miro el reloj, el portero se olvidó de tocar la campana. No resisto más… yo también me quiero ir como los chicos.
Salimos al recreo: golpes, caídas, chichones, hielo, escupidas, ¿servicio médico otra vez? Tumulto en el kiosco. Un nene se hizo caca en los pantalones, me dice Norma. No saben si es de mi primero o del otro. (Que no sea mío, que no sea mío, que no sea mío… ¡Es mío!)
Cierro los ojos, aprieto los puños. Allá voy. No hay otro pantalón.
Buscar teléfono o dirección (urgente). Llamar a la mamá (hace frío). Tumulto en zona de baños: un nene se cagó. Parecen fans de Ricki Martin esperando autógrafo. El nene llora. Se esconde tras el inodoro. No quiere salir. Le da vergüenza. La madre, inubicable. Viene un hermano un poquito más grande. Trae un pantaloncito, no calzoncillo. Toca la campana. Los fans de Ricki Martin se retiran. El nene se viste llorando y se va..
Entramos. Enseño uno más uno. Dos… dos… con palitos, con bolitas, con chapitas…. Material concreto, material representativo, material abstracto…
Luchar por enseñar, luchar por enseñar, limpiar, cobrar, correr, hablar, gritar, explicar, susurrar, actuar, repartir alfajores, galletitas, sandwichitos, papelitos. Firmar circulares, firmar circulares, escribir actas, cobrar cooperadora, recoger dinero de rifas, ordenar bancos, comprar empanadas, comprar pastelitos….
Si te pasa algo de esto, si al llegar a tu casa desfallecés en un sillón y tardás tres horas en recuperarte, si al encontrarte con otra maestra, los novios y maridos quedan como solos, porque ustedes hablan todo el tiempo de la escuela; si para pensar en lo que ocurre en un día necesitás cuatro: no te sientas sola.
Los maestros recepcionamos multidemandas y las resolvemos en forma urgente. Vivimos con una sensación de vértigo continuo. Acción sobre acción, que entretejen una práctica impregnada de hechos inconexos sin posibilidad de reflexionar sobre el propio trabajo, todo lo cual constituye un modo de alienarnos, desdibujarnos como trabajadores y como personas.
La escuela se ha constituido en un lugar para actuar, no para pensar. Como diría el psicólogo Fernando Ulloa, son tiempos de vivir a medias, donde impera el desconocimiento y la negación de las razones profundas que sustentan el malestar escolar, enraizado en un malestar social y cultural que lo sostiene.
¿Dónde está la salida? Hay cientos de puertas: me quedo en casa, que con mis chicos tengo suficiente; le pido a mi marido que le pegue a la directora; le digo a los chicos que se dejen de molestar que mi papá es policía y encima más grande que el de ellos (y por eso estoy aquí); grito igual que ellos en un brote y les explico que soy neurótica- psicótica -estrambótica y entonces piden por favor que los cambien de grado y se van con esa bruja del B que nunca quiere planificar conmigo; los someto a algún extraño rito vudú, así salgo en los diarios y Mauro Viale me lleva a su programa y Chiche Gelblung me paga como a Mariana Nanis por la exclusiva y tiro por la borda el sueño de enseñar libremente para ayudar a las mentes libres.
Pará, serenate, tomate cinco minutos y tomate un té. Lidia Fernández, profesora de la Universidad de Buenos Aires, sostiene que “el dolor pierde poder enajenante si adquiere significado en un proyecto” y tenemos a mano el más importante: impedir que expropien nuestra dignidad. Eso, dignidad.. Hasta mañana, chicos... Has-ta-ma-ña-na-se-ño-ri-tas.

Nora de Carlo y Mariana Caballero, Maestras de Grado y Profesoras de Ciencias de la Educación.

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