Violencia social, violencia de género, violencia criminal, violencia discursiva.
Todos los ámbitos de la vida se ven cercados por un fenómeno que si algo ha perdido en nuestros días es su carácter de oculto.
Es posible que uno de los problemas centrales en toda reflexión acerca de la violencia estribe, tal como señala Slavoj Zizek, en que la confrontación directa con ella produce algo inherentemente desconcertante en el observador, y que este desconcierto tiene como pivote al horror mismo que provoca la acción violenta y la empatía inmediata con las víctimas. (…) Entonces, lo adecuado para intentar una aproximación al problema de la violencia es, para él, separar la violencia subjetiva (la ejercida por un agente sobre una víctima) de dos tipos de violencia: una “violencia simbólica” encarnada en el lenguaje y sus formas, que tiene que ver con la imposición de un universo de sentido, y una “violencia sistémica” que es la inherente al sistema, la que incluye no solo la violencia física directa, sino también las formas más sutiles de coerción que imponen relaciones de dominación y explotación, incluyendo la amenaza de la violencia. En este sentido, la violencia sistémica es, dice, la contraparte de la violencia subjetiva, pero sin la cual no se puede analizar lo que, de otro modo, parecería ser “explosiones irracionales de violencia subjetiva”.
Lo que Zizek, con aguda percepción de las manipulaciones y desplazamientos ideológicos muestra, es que, planteada desde una actitud liberal tolerante, una oposición masiva y absoluta a la violencia desde sus manifestaciones mas brutales, como el asesinato en masa, el odio, o la discriminación sexual, resulta por lo menos sospechosa y sintomática. Es como si el acento puesto en lo escandaloso y urgente estuviera funcionando a favor de ocultar o desviar la comprensión mas reflexiva del fenómeno mismo de la violencia sistémica del capitalismo. A partir de aquí se pueden interpretar con mayor sutileza los movimientos y las actitudes de los nuevos “comunistas liberales”, cuyos íconos serían Bill Gates y George Soros. Estos encabezan un ejército de liberales pragmáticos para quienes solo hay problemas concretos que deben resolverse: la pobreza africana, la situación de la mujer en el Islam o la violencia religiosa fundamentalista.(…) El ataque a la violencia subjetiva oscurece el hecho de que es el sistema mismo el que las produce.
El punto culminante de su argumentación lo alcanza Zizek en el análisis de los estallidos en los suburbios de Paris del año 2005. Comparados con las revueltas de Mayo del 68, lo primero que salta a la vista es su carencia total de perspectiva alguna. No hubo demandas específicas, sino ”solo una resistencia en el reconocimiento, basada en un vago e inarticulado resentimiento”. Lo que resulta entonces es un acto de protesta violento que no exige nada y que rechaza la intención hermenéutica de la busqueda de un significado oculto o profundo. Aquí nos encontramos en el tópico más específico de la posmodernidad: la “crisis de sentido”, es decir la desintegración del vínculo entre verdad y sentido que la modernidad sostenía en la dialéctica establecida entre la religión y la ciencia. Esta violencia es un movimiento impulsivo a la acción que no puede ser traducido al discurso o al pensamiento. Es, en todo caso, el mensaje de un sujeto colectivo que reafirma su presencia en el acto de violencia puro, lo que redunda en un miedo social a que una desintegración completa de la estructura se consuma en cualquier momento.
Silvia Ons (por su parte) pone el acento en la desaparición de las fronteras y la irrupción de una violencia que ya no tiene estrategias: “Desprovista de encuadres ideológicos, sin los antiguos marcos que podrían imaginariamente darle una razón, la violencia es tal “por la violencia misma”. (…) Vivimos en una época signada por la crisis de lo real, donde los discursos se separan de lo real para proliderar deshabitados. Esto es lo que produce un abismo infranqueble entre lo que se dice y lo que se hace. Tal desvinculación sería el signo de nuestro tiempo. Hay una caída que inaugura el nihilismo. (…) Lo social que regula y contiene al individuo, se desmorona, y la caída de los ideales comunes produce un estado de fragmentación y desamparo. Nuestra época nos presenta la confluencia de la pérdida de autoridad y la ausencia de construcciones ideológicas capaces de orientar a los sujetos.
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