La interacción entre las personas en las redes sociales tiene características muy peculiares: en el ciberespacio los usuarios no necesitan “ver” al otro para comunicarse, no se tiene ningún indicio de la apariencia física “real” del otro, de su tono e inflexiones de la voz, de sus gestos, etc. El principal indicador que se tiene de la imagen del otro, es la descripción que éste hace de sí mismo a través de la comunicación textual. Cada usuario es lo que decide ser, por eso es muy común que éste se presente como alguien que en realidad no es (o cree no ser). La identidad de los seres en línea, se exterioriza en una serie de identidades parciales, yuxtapuestas y situacionales que surcan numerosas narrativas simultáneas.
Esta condición ontológica del “ser en línea” se asemeja a la persona liminal o transicional, descrita por el antropólogo inglés Víctor Turner cuando estudió los ritos de pasaje en culturas tribales. El ser liminal de Turner tiene un doble carácter: ya no está clasificado, y al mismo tiempo, todavía no está clasificado; tiene realidad física pero no social, sus atributos, ambiguos e indeterminados, son expresados por una rica variedad de símbolos. La “liminalidad” de Turner, el estado experimentado por la persona durante el rito de pasaje, es la condición de no ser miembro completo de ningún status definido; ya no se es lo que se era antes (en nuestro caso, de conectarnos a las redes sociales), pero tampoco se ha alcanzado un nuevo status en forma íntegra.
Según Turner, la instancia liminal es un estadio de reflexión (entre lo anterior y lo venidero), donde se rompe la fuerza de la costumbre, se abre paso a la reflexión y la idealización, y se facilita la camaradería y el sentido igualitario. Este “estado de ser” o cualidad de la relación es lo que Turner define como la communitas para caracterizar las intensas relaciones individuales de igualdad y fraternidad que tienen lugar. Turner imagina la estructura social estandarizada como lo opuesto del comunitas, ya que esta última existe fuera del tiempo estructurado.
Vale pues suponer que la facilidad en la construcción del “personaje en línea” puede transformarse en un vehículo de auto-reflexión, pues motiva la indagación acerca de cuál es la conexión entre lo que creemos que es real, la creación virtual y lo real, en definitiva sobre quién se es realmente. El impulso auto-reflexivo se refuerza con el silencio casi meditativo, que rodea al usuario en el instante de comunicación en línea. Por otro lado y por ahora, aunque no sabemos hasta cuando, la unidad básica de comunicación, en las redes sociales, es la palabra escrita y los objetos que aparecen en la pantalla de la computadora, no tienen ningún referente físico. Lo que aparece y se despliega en la pantalla no tiene orígenes ni fundamentos materiales. Tales formas de comunicación construyen nuevos parámetros en los cuales la mente y las emociones se pueden reencontrar, a través del juego de auto-reinvención alrededor del intercambio de la palabra textualizada. Cabe destacar que, como nunca antes, la gente ha comenzado, a ejercitar el derecho a expresarse y crearse a sí misma. La oportunidad de crear nuevas identidades es un hecho cierto de la vida contemporánea, que no sólo se manifiesta en las redes sociales. Es posible pensar que la demanda de productos de consumo infinitamente diversa, es una reflexión de millones y millones de decisiones individuales que nos muestran, que el consumo es un acto de confesión de individualidad, aunque influido por la imitación. Somos “marcas personales ambulantes“.
No son pocos los estudios que muestran las consecuencias psicológicas de la comunicación mediada por computadora y, en términos generales, aseveran que nuestra interacción con el ciberespacio, altera nuestras formas de percepción de lo que consideramos como lo real. La computadora permite desplegar al ego en, y desde, diversas posiciones del sujeto, mostrándolo como una entidad situacional multi-genérica, polimorfa, fragmentaria, coyuntural y fuera de todas las restricciones normativas y, es por ello, que constituiría un ámbito propicio para dar rienda suelta a la creatividad y la imaginación, en sí, a la liberación de espacios psicológicos que yacían ocultos en el encierro de la modernidad.
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